diciembre 01, 2009

Extracto de la vida sustantiva 4.

Para mi graduación había contemplado un gran acto final. Lo había planeado desde que había ingresado al conservatorio. Mucho tiempo antes de tal magnífico evento, mi abuela falleció y mi corazón con ella. En vez de graduarme de Pianista, me gradué de maestro de ceremonias fúnebres. El acto consistía en la más hermosa de mis creaciones, compuesta a espaldas de todos aquellos que ponían su atención en mí como niños a una juguetería. Mis maestros, familiares, vecinos, nadie sabía de la existencia de dicha melodía. La escribí en mis cuadernos y la hacía sonar únicamente en mi memoria, como si el sonido fuese sólo un detalle que se desprende de la música y no un componente esencial. Aún no le tenía un nombre para tal obra inédita, me imaginaba tocando el piano y luego recibir mi título, pero nunca presentar dicha canción. Ahora que todo ha sido reducido a cenizas, las memorias que tenía de aquella canción sin nombre se han ido para siempre. Bautizar las creaciones es acto importante para todo artista, mientras estas no poseen una denominación, aún son parte del mundo de las ideas y no del real.


En altas horas de la noche practicaba la canción sin nombre en un órgano electrónico, con audífonos, en plena oscuridad. Jamás algo fue tan hermoso y, a la vez, tan mío. Mientras dibujaba las notas en la mayor de las penumbras, recuerdos de mis primeras lecciones de piano deambulaban en mi memoria. Beethoven era quien más se pronunciaba, luego Strauss y unos otros más. Mis manos se acercaban poco a poco al cansancio mientras mis oídos se familiarizaban con el sonido. Al repasar unas cinco veces la canción sin nombre, dejaba todo en su lugar y, a hurtadillas, me dirigía a mi habitación. Pasaba por la sala del piano y dejaba, en el falso que había debajo de éste, las partituras. Nadie más sabía de aquel lugar, el secreto estaba a salvo hasta que llegara el gran día.

La madrugada previa a la muerte de mi abuela hice el mismo procedimiento de las noches anteriores. Esa vez algo cambió, en vez de dirigirme a mi pieza y dejar las partituras en el "debajo del piano", preferí salir a tomar aire y fumar un cigarro en el patio del departamento. Como estaba en un primer piso, las áreas comunes eran para mi un patio de casa, en el cual podía salir en pijamas sin que nadie me dijera nada o hacer ejercicios matutinos. El cielo, las estrellas y la luna palidecían como siempre a esas horas. Los gatos merodeaban el sector y el conserje dormía. Nada estaba fuera de la rutina nocturna. Nada hacía suponer que aquella
mujer caería en mis brazos la mañana siguiente, víctima de un ataque cardíaco. Una vez terminado el cigarro me volví al departamento, dejé entrar al gato y sin querer le pisé la cola, me reí al pensar que uno tiene mala suerte si un gato negro se cruza en el camino, pero si uno se cruza en el camino del gato, ¡pobre gato! Traté de acercarme a éste para hacerle cariño y así enmendar mi error, pero el animal huyó hacia la salita del piano. Ahí tenía un espacio entre las patas del magnífico instrumento. Se quedaba ahí cada vez que yo ensayaba (cuando ensayaba de verdad, el teclado era secreto hasta para el felino) y me acariciaba las piernas mientras yo tocaba. Éramos una pareja perfecta, yo le hacía feliz tocando música y él a mí haciéndome cariño. Para ir a dejar las partituras en el "debajo del piano" tuve que lidiar con un gato enfurecido por la pisoteada recibida minutos antes. Aquel lugar se había transformado en un castillo de cuentos, dónde el dragón era el gato y la princesa se encontraba en el "debajo del piano". Logré escabullirme velozmente y alcancé a abrir, colocar las partituras y luego cerrar el compartimiento, pero no se logro cerrar muy bien, así que empujé un par de veces la tapita. Mientras empujaba, el gato me arañó unas tres veces. Al fin desistí de la seguridad del "debajo del piano", nadie sabía de aquel lugar y tampoco nadie se pone a revisar qué hay debajo de un piano, por lo que no era relevante dejar entreabierta la tapa. Me sobé un tanto la mano y luego me fui a dormir.



1 comentario:

  1. Es una gran forma de contar una parte de tu vida, además mientras la leía sonaba ella espera, y eso es impagable.

    Grandioso

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