noviembre 26, 2009

Extracto de la vida sustantiva 3

(...)El día que vendí el piano de mi abuela estaba lloviendo. Estoy seguro que a ella no le habría importado si aquella acción significaba tanto para mi. Pero no, no sentí nada. Me imaginaba, al deshacerme de aquel último eslavon en mi carrera de músico, una paz propia del final de una guerra, de una interminable idea de victoria sin descesos, sin "casualidades" como suelen denominar las ediciones conservadoras. Al no sentir más que espacio en mi reducido departamento, intenté deshechar todo lo vinculante a las melodías pasadas. Partituras, atriles, discos, fotos de mis conciertos, galardones, premios de oro y de cartón. Todo lo fui quemando lentamente. Las llamas no me confortaron en lo absoluto, mas el espacio en mis recuerdos siguió sintonizando los acordes de todas aquellas canciones de antaño. Barrí los escombros, saqué un par de bolsas de basura y volví a barrer. Rocié con perfume todo aquello que olía a nostalgia, después me sumergí en la tina un par de horas. Cada tanto en tanto volvía a abrir el grifo del agua caliente y mezclaba el agua ya tibia, levantaba el tapón para que el nivel no subiera lo suficiente y de ahí me volvía a recostar y, con los dedos de los piés, colocaba nuevamente el tope en la bañera.

El día que vendí el piano de mi abuela salí sólo una vez del departamento. Saqué las bolsas de basura y las dejé en la bodega del edificio, me lavé las manos cuidadosamente, como si de una gran peste se tratase. Me imagino que algún vecino me miraba cual pájara observando cosas de perros. Miré hacia el cielo, una vez que mi rostro fue empapado por la lluvia incesante, caminé a la salida del recinto y fui donde Rene. Aunque en ese tiempo no sabía aún que alquel lugar llevaba ese nombre. Tampoco sabía de los descuentos de mitad de semana ni la barba entrecortada del barman.

Mientras tomaba una Corona volví a pensar en lo sucedido. Vendí el piano de mi abuela- repetía para mis adentros, como si la repetición incansable de esas palabras produciría un efecto en la realidad capaz de borrar todo lo que, horas antes, había quemado en el patio del departamento. No servía, más trataba de pensar en las capas de las cebollas, más recordaba las notas que emitía ese piano. Los sonidos se dibujaban en mi cerveza como espuma recién servida. La melodía corría entre mis ojos, húmeda y tibia. Miré a mis costados e hice un ademán de tener un algo en mis lentes y aproveché el momento para quitarme las lágrimas. -¡Qué estúpido!- me dije a mi mismo. Nadie me conocía en ese lugar, a nadie le importaba si media cerveza bastaba para hacer llorar a un desconocido. Una sensación de conformidad llenó de improvisto mi corazón. La idea de ser un desconocido me trajo un alivio tremendo y una sonrisa cómplice. Al lado mio se encontraba un señor de mediana edad, tomaba un vodka con tónica y fumaba cigarros fuertes, estaba vestido como todos los otros clientes del local, de ropas oscuras, propias de cualquiera que se diga ser "rockero". Le pedí un cigarro (en realidad tenía ganas de conversar con alguien), el me ofreció uno de su cajetilla y luego me acercó un encendedor.- No son de los que usted estuvo fumando minutos antes- me dijo. Le contesté que se me habían acabado y que sólo quería fumarme un último cigarro, no tenía más intenciones de volver a comprar una cajetilla. Al parecer él se creyó el cuento y, acto seguido, se volvió en su propio eje para seguir mirando la colección típica de licores. Pedí otra cerveza y luego me retiré(...)


(...)De todas las notas del piano recién vendido, había una que no sonaba. Al principio era una molestia, luego se transformó en una clave para la concentración: si era capaz de tocar una nota "mental", entonces, jamás fallaría una "real". Así practicaba las variadas canciones antes de mis actuaciones. En mi mente hacía tocar el piano varias veces, luego tocaba las notas intercaladas y luego, de forma paulatina, completaba poco a poco la melodía. Memorice musical, lo terminé por llamar. Esa nota era un caos si se interpretaba "Moonlight Sonata", puesto que era parte clave. Si algún músico inexperto se aventuraba sin conocer tal desperfecto, de seguro se tomaría un segundo en retomar la concentración, el error sería demasiado evidente.(...)

noviembre 10, 2009

Extracto de la vida sustantiva 2.

(...) Han estado sucediendo acontecimientos muy extraños. Por más que intento encontrar una razón lógica para cada uno de éstos, me es imposible catalogarlos de "obvios y normales".(...)

Siempre me pregunto qué habría pasado si yo nunca hubiese escuchado aquella canción cuando chico. Mi abuela, en las reuniones familiares, juntaba a todos sus nietos y tocaba el piano como si tubiese tan solo dos teclas. Nunca le oí un error o una nota forzada, aquel instrumento era parte de sus entrañas, una extensión natural de su cuerpo. Tocaba a los más renombrados músicos clásicos y, cuando se daba cuenta que nos aburríamos, intercalaba "caballito blanco" o "carrusel". De todos mis primos, fui el único que le pedía que tocara la canción que tiempo después me llevaría a vivir una experiencia aún más armoniosa. "Beto" le decía a mis pocos años, "abu, beto". Aquella señora se rendía a mis súplicas y se sentaba de forma recta, precisa, dominante y con un aire solemne tratando de decirle al piano: de aquí no se te escapará nota alguna sin que yo lo ordene, esto es para mis nietos y fallar no está entre mis planes. Nuestros ojos, llenos de admiración, se abrían de par en par tratando de que éstos también capturasen la fabulosa melodía. Llegué a pensar que la obra era de mi abuela y que ese tal "Beto" era otra persona completamente desvinculada a tal magno acto. Al crecer las notas de mi abuela fueron callándose. Al morir, la única canción que se escuchó durante la ceremonia fue "Moonlight Sonata".

Nunca sentí necesidad por escuchar nuevamente esa canción. Nunca retomé las clases de piano ni volví a visitar el cementerio donde sus restos yacían en silencio. Mi canción favorita murió junto con ella, en aquel día nublado de otoño de 1999.

Dos días antes del funeral, ella lucía una salud implacable, digna de una mujer vigorosa y llena de proyectos a futuro. Me fue a visitar al conservatorio varias veces a mis examenes de piano y clarinete. Nunca le pude explicar bien porqué había elegido el clarinete como segundo instrumento, le decía cosas vagas, que el piano era para tocar en solitario y que el clarinete era por si me interesaba ser parte de una orquesta. En realidad nunca fui parte de un colectivo musical, nunca terminé mis estudios ni me dedique a la música. Ella me fue a ver con mucho entusiasmo, era mi examen de fin de año y me quería lucir con aquella canción que tantas veces me había dedicado. Luego de tocar las canciones requeridas para el examen, los distintos ejercicios y cosas varias, le pedí a mi profesor si podía salirme unos 10 minutos del programa establecido. El me miró con unos ojos muy extrañados, (quizá me quería decir que esas no eran formas de pedir un descanso para ir al baño) lo pensó un momento y le preguntó a mis compañeros si les molestaría que el examen se retrasara. Ellos, como todos los estudiantes, se alegraron por la noticia y salieron corriendo de la sala a fumarse un último cigarro, así también lo hizo el resto de las personas que presenciaban el concierto, menos mi abuela. En ese momento me acerqué al hermoso piano de cola que jamás volví a tocar y, mirando a mi abuela, comencé a tocar Moonlight Sonata.

Aquella canción la volví a tocar dos días más tarde, en un piano casi de utilería que me pudieron conseguir para la ceremonia en la iglesia. A pesar de la falta de un par de cuerdas, del visible deterioro de los pedales, y de la poca acústica que tenía aquel recinto, logré armonizar el silencio de su fallecimiento, con el corazón de todos quienes le habían escuchado. Mis tíos, primos, familiares perdidos en el árbol genialógico, entre algunos desconocidos que después no lo fueron, me agradecieron uno a uno la gentileza de haber tocado aquella melodía que a todos traía buenos recuerdos. Una niña de doce o trece años, de larga cabellera rubia, de ojos negros como el carbón y una sonrisa penetrante, se me acercó e intentó decirme algo. Mientras yo recibía los agradecimientos de mi familia, sentí que me agarraban de la camisa, tironeando hacia abajo como si se tratase de un niño que apenas sabe hablar. -Disculpe señor-del-piano, hablaba entre cortado, como si tartamudease por algún estado anímico atípico.(luego me di cuenta que estaba en una iglesia, celebrando el funeral de mi abuela y no en uno de mis conciertos). ¿Usted ha estudiado mucho el piano para tocar esa canción?- la voz se serenaba palabra tras palabra.- Me ha quedado gustando mucho aquella canción, espero que algún día pueda tocarla como usted. Le quedé mirando unos instantes y luego le contesté con una dulzura que sólo se puede tener por desconocidos en ese tipo de circunstancias.- Cuando la hayas aprendido, seré yo quien te busque para felicitarte, ahora con tu permiso, la ceremonia se dirige a su clímax. Me acerqué al ataúd y tomé una manilla, dos tíos y tres primos hicieron lo mismo y encaminamos el cuerpo a su destino final.
Cambienla por otra ¿Otra? Sí, y de las mismas