agosto 13, 2008

mi cordillera.


Como si no hubiese cumbres que nevar; lagos a quienes lloverles el alma o alguna playa confundir con desolación florida. No existiría percepción obsequiada por el caminar de tus olores. Más que adjetivos y modificadores a nombres que suelen mirarse y contentarse de su gloriosa denominación. Son antes que eso: gigantes de gorros nevados de optimismos; sierpes contaminadas de fugaces bienvenidas perdidas; calles intoxicadas con atrasos y augurios; tristezas incumplidas de sueños malsanos.

Ni la cordillera, los ríos o simples atoramientos sentirán odio hacia tu persona. Lograr desdibujarlos y replantearlos de formas entretenidas. Debería ser juego nacional, país de poetas.

Nadie cree poder entenderlo, ser grande para que todos pudiesen verte, sin poder siquiera tu cola, o a tus parientes norteñas. Quieta como tú, sólo puedes ser. Dedicas tus días en contar aviones, nieves, derrumbes y accidentes.

Nadie puede ver la soledad en tus abrazos, en tus olores a desierto blanco. Ni sentir tus llantos, su increíble furia. Inmovilidad no implica esterilidad

Soy hombre de muchas palabras, de miles de ellas. Y mudo.

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