agosto 13, 2017

Espera futil



Por cerca de tres años te envié cartas,
Contándote mis sueños, mis ambiciones
Cuánto te extrañaba, también dije cuánto te quise.
Lo que añoraba en mis días malos, y en los felices,
Felicidad brotaba de ellas.

Hubo dibujos, poemas, trabalenguas incluso,
La palabra amor se escribió más veces que cualquier otra,
Y cuando más te necesité, más cartas recibiste.
Más poemas, más dibujos, más trabalenguas.
Incluso un poncho envié, envuelto en una pequeña nota.

Pero luego de tres años dejé de hacerlo,
Y me preguntaste por qué,
Por qué el flujo constante de misivas no asomaban a tu puerta.
Tú querías de mis poemas, mis historias con dibujos,
Un nuevo poncho, un trabalenguas quizá.

Me da pena escribirte carta alguna,  respondí.
Me urge una tristeza, quizá la más grande de este mundo,
La que más me ha aquejado, la que me impide dibujarte
Un poema o un trabalenguas, o tejer una historia
Que cobije cual poncho.

Ese día, en tu casa, me mostraste una bolsa llena de cartas,
Tu más grande tesoro, tu gran felicidad.
Y era verdad, tu sonrisa no podía mentir
Te veías feliz, en ese flujo interminable
de cartas atesoradas.

Entonces lloré, no delante tuyo, en silencio.
Queriendo no ser revelado por la felicidad presente
de las innumerables enviadas.
Me sequé por dentro, entendiste luego de un tiempo,
Mis cartas me secaron, o la ausencia de las tuyas.

¿De qué sirvieron los poemas, las historias de ponchos
Y de los trabalenguas que dibujé con el amor mío?
Si me causaron una pena silenciosa y egoísta,
Una espera eterna, sangrienta y destructiva,
Por querer una carta tuya, con firma y nombre,
Para atesorar, para saber que entendías
El significado de las mías.

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