noviembre 05, 2011

Para mi nostalgia.


Si el invierno termina mientras yo sigo aquí escribiéndole, no creeré en tan prodigio hasta despertar deshielado. Qué importa si es de día, de noche o de lluvia. Si es del norte, del sur o de los lados del extremo, si la casa es de cemento o de playa. O roca cordillerana.

Si el papel es gris, blanco o tinto. Si es igual o distinto. Variopinto. Como el pintor, quien aún está sobre la escalera. Si aún mezcla el pan con el rock, la realidad por la nostalgia. La mía, la de todos los días. La que se mira al espejo y ve quien no distingue los colores, aquellos, los pintados mientras mirabas. Mientras mentías la vida. De mí. De ti. De todos.

Y ahora qué, ahora nada. Si ya está todo muy suelto. Las promesas son mentiras de un futuro no resuelto. absuelto el presente sin precedente. Sin comarca ni presidente. Como ente despechado me sigue la nostalgia a todos lados.

Si fuese blanco, pero no. No lo era, nunca lo fue. Aún en lo mismo.

De los cisnes, o las hormigas, de los pintores o de las claras. De la cama. Del lugar sin ama.

Lo cambiaría todo. Las nueces por sardinas, las eses por cortinas. La distancia por rutina y las vacas por cantinas. Para que se pudiese entender, pondría bayas al arder. Alardear. Pondría algunas palabras para rimar y timar. Las cambiaría de lugar. Imitar. Y mi tardía vida sería perdida.

Si nada resulta, me cambiaré a mi mismo, así dejo de caminar en círculo.

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Cambienla por otra ¿Otra? Sí, y de las mismas