noviembre 10, 2009

Extracto de la vida sustantiva 2.

(...) Han estado sucediendo acontecimientos muy extraños. Por más que intento encontrar una razón lógica para cada uno de éstos, me es imposible catalogarlos de "obvios y normales".(...)

Siempre me pregunto qué habría pasado si yo nunca hubiese escuchado aquella canción cuando chico. Mi abuela, en las reuniones familiares, juntaba a todos sus nietos y tocaba el piano como si tubiese tan solo dos teclas. Nunca le oí un error o una nota forzada, aquel instrumento era parte de sus entrañas, una extensión natural de su cuerpo. Tocaba a los más renombrados músicos clásicos y, cuando se daba cuenta que nos aburríamos, intercalaba "caballito blanco" o "carrusel". De todos mis primos, fui el único que le pedía que tocara la canción que tiempo después me llevaría a vivir una experiencia aún más armoniosa. "Beto" le decía a mis pocos años, "abu, beto". Aquella señora se rendía a mis súplicas y se sentaba de forma recta, precisa, dominante y con un aire solemne tratando de decirle al piano: de aquí no se te escapará nota alguna sin que yo lo ordene, esto es para mis nietos y fallar no está entre mis planes. Nuestros ojos, llenos de admiración, se abrían de par en par tratando de que éstos también capturasen la fabulosa melodía. Llegué a pensar que la obra era de mi abuela y que ese tal "Beto" era otra persona completamente desvinculada a tal magno acto. Al crecer las notas de mi abuela fueron callándose. Al morir, la única canción que se escuchó durante la ceremonia fue "Moonlight Sonata".

Nunca sentí necesidad por escuchar nuevamente esa canción. Nunca retomé las clases de piano ni volví a visitar el cementerio donde sus restos yacían en silencio. Mi canción favorita murió junto con ella, en aquel día nublado de otoño de 1999.

Dos días antes del funeral, ella lucía una salud implacable, digna de una mujer vigorosa y llena de proyectos a futuro. Me fue a visitar al conservatorio varias veces a mis examenes de piano y clarinete. Nunca le pude explicar bien porqué había elegido el clarinete como segundo instrumento, le decía cosas vagas, que el piano era para tocar en solitario y que el clarinete era por si me interesaba ser parte de una orquesta. En realidad nunca fui parte de un colectivo musical, nunca terminé mis estudios ni me dedique a la música. Ella me fue a ver con mucho entusiasmo, era mi examen de fin de año y me quería lucir con aquella canción que tantas veces me había dedicado. Luego de tocar las canciones requeridas para el examen, los distintos ejercicios y cosas varias, le pedí a mi profesor si podía salirme unos 10 minutos del programa establecido. El me miró con unos ojos muy extrañados, (quizá me quería decir que esas no eran formas de pedir un descanso para ir al baño) lo pensó un momento y le preguntó a mis compañeros si les molestaría que el examen se retrasara. Ellos, como todos los estudiantes, se alegraron por la noticia y salieron corriendo de la sala a fumarse un último cigarro, así también lo hizo el resto de las personas que presenciaban el concierto, menos mi abuela. En ese momento me acerqué al hermoso piano de cola que jamás volví a tocar y, mirando a mi abuela, comencé a tocar Moonlight Sonata.

Aquella canción la volví a tocar dos días más tarde, en un piano casi de utilería que me pudieron conseguir para la ceremonia en la iglesia. A pesar de la falta de un par de cuerdas, del visible deterioro de los pedales, y de la poca acústica que tenía aquel recinto, logré armonizar el silencio de su fallecimiento, con el corazón de todos quienes le habían escuchado. Mis tíos, primos, familiares perdidos en el árbol genialógico, entre algunos desconocidos que después no lo fueron, me agradecieron uno a uno la gentileza de haber tocado aquella melodía que a todos traía buenos recuerdos. Una niña de doce o trece años, de larga cabellera rubia, de ojos negros como el carbón y una sonrisa penetrante, se me acercó e intentó decirme algo. Mientras yo recibía los agradecimientos de mi familia, sentí que me agarraban de la camisa, tironeando hacia abajo como si se tratase de un niño que apenas sabe hablar. -Disculpe señor-del-piano, hablaba entre cortado, como si tartamudease por algún estado anímico atípico.(luego me di cuenta que estaba en una iglesia, celebrando el funeral de mi abuela y no en uno de mis conciertos). ¿Usted ha estudiado mucho el piano para tocar esa canción?- la voz se serenaba palabra tras palabra.- Me ha quedado gustando mucho aquella canción, espero que algún día pueda tocarla como usted. Le quedé mirando unos instantes y luego le contesté con una dulzura que sólo se puede tener por desconocidos en ese tipo de circunstancias.- Cuando la hayas aprendido, seré yo quien te busque para felicitarte, ahora con tu permiso, la ceremonia se dirige a su clímax. Me acerqué al ataúd y tomé una manilla, dos tíos y tres primos hicieron lo mismo y encaminamos el cuerpo a su destino final.

1 comentario:

  1. Pa' variar, me entretuve mucho leyendo tu blog. hace tiempo que no me metía!
    besos para usted, y aún espero saber que es eso que tienes que decirme.

    Gali

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