
El día que vendí el piano de mi abuela salí sólo una vez del departamento. Saqué las bolsas de basura y las dejé en la bodega del edificio, me lavé las manos cuidadosamente, como si de una gran peste se tratase. Me imagino que algún vecino me miraba cual pájara observando cosas de perros. Miré hacia el cielo, una vez que mi rostro fue empapado por la lluvia incesante, caminé a la salida del recinto y fui donde Rene. Aunque en ese tiempo no sabía aún que alquel lugar llevaba ese nombre. Tampoco sabía de los descuentos de mitad de semana ni la barba entrecortada del barman.

Mientras tomaba una Corona volví a pensar en lo sucedido. Vendí el piano de mi abuela- repetía para mis adentros, como si la repetición incansable de esas palabras produciría un efecto en la realidad capaz de borrar todo lo que, horas antes, había quemado en el patio del departamento. No servía, más trataba de pensar en las capas de las cebollas, más recordaba las notas que emitía ese piano. Los sonidos se dibujaban en mi cerveza como espuma recién servida. La melodía corría entre mis ojos, húmeda y tibia. Miré a mis costados e hice un ademán de tener un algo en mis lentes y aproveché el momento para quitarme las lágrimas. -¡Qué estúpido!- me dije a mi mismo. Nadie me conocía en ese lugar, a nadie le importaba si media cerveza bastaba para hacer llorar a un desconocido. Una sensación de conformidad llenó de improvisto mi corazón. La idea de ser un desconocido me trajo un alivio tremendo y una sonrisa cómplice. Al lado mio se encontraba un señor de mediana edad, tomaba un vodka con tónica y fumaba cigarros fuertes, estaba vestido como todos los otros clientes del local, de ropas oscuras, propias de cualquiera que se diga ser "rockero". Le pedí un cigarro (en realidad tenía ganas de conversar con alguien), el me ofreció uno de su cajetilla y luego me acercó un encendedor.- No son de los que usted estuvo fumando minutos antes- me dijo. Le contesté que se me habían acabado y que sólo quería fumarme un último cigarro, no tenía más intenciones de volver a comprar una cajetilla. Al parecer él se creyó el cuento y, acto seguido, se volvió en su propio eje para seguir mirando la colección típica de licores. Pedí otra cerveza y luego me retiré(...)
(...)De todas las notas del piano recién vendido, había una que no sonaba. Al principio era una molestia, luego se transformó en una clave para la concentración: si era capaz de tocar una nota "mental", entonces, jamás fallaría una "real". Así practicaba las variadas canciones antes de mis actuaciones. En mi mente hacía tocar el piano varias veces, luego tocaba las notas intercaladas y luego, de forma paulatina, completaba poco a poco la melodía. Memorice musical, lo terminé por llamar. Esa nota era un caos si se interpretaba "Moonlight Sonata", puesto que era parte clave. Si algún músico inexperto se aventuraba sin conocer tal desperfecto, de seguro se tomaría un segundo en retomar la concentración, el error sería demasiado evidente.(...)